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CARLES NAVALES TURMOS 1952 – 2011

Un sindicalista precoz, amante del cine
Navales era y sera para siempre uno de la colla, uno de los nuestros.

Carles Navales da un paseo por la memoria, recordando aquellos años de su infancia y de su juventud que le fueron formando como persona y que le llevaron al compromiso militante, en defensa de una sociedad más justa y mejor.


Hicimos lo que pudimos

“ En memoria de Isabel Aunión,“

La Negra”. El Serrat es uno de los magníficos valles que tiene Andorra. El día 8 de septiembre de 1963 viví allí una de las experiencias que más han marcado mi vida. Tras 23 años sin verse, se abrazaban todos los miembros de la familia Navales. Una mitad vivíamos en Cornellà y, la otra en Francia y Andorra. La guerra civil la rompió; los que habían sido concejales del ayuntamiento de Cornellà u oficiales del Ejército de la República tuvieron que exiliarse sin posibilidad de entrar en España. Pasamos tres días juntos y fue el del Serrat el más completo; jugamos en sus montes y riachuelos, buscamos robellones, y comimos en el Hotel del mismo nombre, que abrió especialmente para la ocasión; lo construyó la empresa de un tío mío y aún no había sido inaugurado.

Yo tenía diez años. Lo único que entendí es que los míos perdieron la guerra y tuvieron que irse. Para un niño, lo que quedaba claro es que si los echaron de España es porque eran los más valientes, y que si en Andorra podíamos estar juntos, ojalá en nuestro país algún día también pudiera ser así.

Yo no quiero la Patria dividida ni por siete cuchillos desangrada: quiero la luz de Chile enarbolada sobre la nueva casa construida: cabemos todos en la tierra mía.

Escribió Pablo Neruda, en su “Aquí me quedo”, cuando el toro bravo olía la muerte que los generales traerían al Chile de su corazón. Sin saber expresarlo así, aquel niño de diez años sentía lo mismo que el poeta.

Si eso me pasó a los diez años, no menos fuerte fue el impacto que ya había recibido a los nueve.
Era el 13 de septiembre de 1962. Mi barrio, y toda la ciudad, quedaron conmocionados un mediodía, cuando sonó la sirena de la Siemens, que era la de Cornellà, esa que anunció el final de la guerra civil y que nos hacía saber cada día que ya era hora de ir a comer.
Recuerdo estar jugando en la calle Torras i Bages, al lado de mi casa. Como cada día, tras el chiflido, esperábamos que la calle se llenara de trabajadores yendo hacia sus casas a llenar la tripa. Unos iban andando, otros corriendo y alguno en bicicleta, según distancia y fortuna. Pero esa vez sólo un trabajador subía a pie y con la cara abatida. Le preguntábamos que había pasado, pero no contestaba nada claro. Comenzaba la huelga de Siemens.

De inmediato, la carretera se llenó con jeeps de policía. Algunos niños nos acercamos a la puerta de la fábrica para ver qué pasaba. Intuimos que los trabajadores se negaban a salir. Supimos después que estaban en huelga desde las diez de la mañana para conseguir un mejor salario, que entonces -horas extras incluidas- tenía por media 400 Ptas. semanales. Al poco llegó un coche, del que bajó un mando de la Guardia Civil. Percibimos que se trataba de un pez gordo a la vista de la energía con que se cuadró ante él el comandante de puesto, señor Copero, célebre por sus siempre frustrados intentos de mantener el orden en el campo de fútbol del Cornellà cuando la afición la tomaba con el árbitro y decidía llevarlo en manifestación hasta el canal de la Infanta.

Al poco, el pez gordo, que era coronel, sentenció que o salían los trabajadores de la fábrica u ordenaba tres toques de corneta y carga. Como es sabido, por ser un cuerpo militar las de la guardia civil no eran cargas preventivas, sino a tiro limpio. Llegado ese momento, desalojaron la calle y nos hicieron marchar hacia nuestras casas. Lo demás ya está más que escrito.

Al poco, una noticia que impactó al barrio entero. Josep Bach i Molas, nuestro mossèn Bach, estaba detenido en una comisaría de Barcelona. Se trataba de un hombre muy conservador, pero con vocación social y al que el barrio aún no le ha hecho justicia: él construyó escuelas e instituto. Huyendo de la policía, un grupo de trabajadores de Siemens buscó refugio en la iglesia, lugar de paz. Al último en querer entrar, justo en la puerta, un policía le cogió del brazo y mossèn Bach, sin pensarlo dos veces, lo tomó por el otro tirando de él hacia dentro del templo. La cosa quedó en tablas y el párroco le dijo al policía que si detenían al trabajador se lo tenían que llevar también a él, así que el guardia cargó con ambos.

Mi curiosidad de niño, me llevó a ir a la iglesia a ver que pasaba. Era otro día. Dentro, un grupo de unos veinte trabajadores de Siemens en corrillo dialogando sobre qué hacer. La batuta la llevaba otro entrañable, aunque vivía en los pisos de la Siemens (que también lo eran de la Pirelli, la Neyrpic y Tomás Blay), se trataba de Simón, el mejor tanguista que ha tenido el barrio. Al poco, un huelguista gritó que venía la policía.

Los reunidos no sabían cómo salir de allí. Le dije a Simón que me siguieran. Subimos al coro, sabía que había una ventana que daba al colegio, y afortunadamente estaba abierta. Saltamos por ella, bajamos las escaleras y fuimos al despacho del director, que tenía otra ventana que daba frente a la Ferretería Povin, y por allí escapamos todos. Como sólo tenía nueve años y de mí no iban a sospechar, fui hacia la puerta de la iglesia. El desconcierto era total entre los policías. No había nadie en el templo; nos habíamos esfumado. Seguro que alguno de ellos creyó que se trataba de un milagro y se convirtió en hombre de bien. La verdad, ese día me sentí un héroe, pero un héroe frustrado: ¿a quién iba a explicar tanta hazaña?, y, si la contaba, ¿se la creería alguien?, y, si se la creía, ¿sería premiado o castigado? Así que guardé el secreto.

Todo el barrio colaboró a su manera. Fiando en las tiendas, ayudándose unos a otros, hasta que la huelga terminó; pero en la calle quedaron cuarenta y dos trabajadores despedidos, bastantes de nuestro barrio: todos gente de bien.
En mi conciencia de niño quedó claro que existía la injusticia: ver a mossèn Bach en comisaría y a aquellos vecinos, padres de mis amigos, despedidos, no daba para menos.

Por lo que hace a lo social, en el Cornellà de 1960 lo único que me hacía alucinar era ver la maqueta de lo que sería el barrio de San Ildefonso, que iba a construirse en los campos y viñas donde tantas veces habíamos jugado. Aquello era Hollywood: piscinas, escuelas, parques… Los niños íbamos cada día a contemplarla para soñar un poco, estaba expuesta donde se construían los primeros bloques. El final, otro shock para mi conciencia infantil: de lo prometido nada, y a los diez años suspensión de pagos de la constructora dejándonos 50.000 habitantes con piso y sin servicios. Ese fue el gran cambio de la ciudad que vivimos los niños de mi generación.

 Infancia, …

Muchos impactos para un niño de diez años, nacido en Cornellà de Llobregat el 8 de diciembre de 1952, hijo de un obrero, que se levantaba cada día a las cuatro de la madrugada para ir a trabajar a la Cooperativa Vidriera de Cornellà (El Forn del Vidre) -fundada por los de Joan Peiró en 1932-, y al que no veíamos, todo y siendo socio cooperativista fundador, hasta la noche, cuando volvía a casa cansado de tanta hora extra. Lo de mi madre no era para menos. Trabajaba en casa, asistida por mi abuela, en el oficio de modistilla; ella hacía los mejores vestidos de Cornellà; el precio era el de trabajar más horas que un reloj; y aunque trabajaban tanto, nunca tuvimos para comprarnos ni piso ni coche; es más, cuando supieron que esperaban un tercer hijo, que era yo, se plantearon seriamente la posibilidad del aborto, pues la economía familiar no daba para tanto. Felizmente para mí, dieron marcha atrás.

Los abuelos vinieron del Aragón a principios de siglo: los paternos se instalaron primero en Viladecans y después en Cornellà, y los maternos en el barrio de Sant Andreu de Barcelona y en Cornellà cuando la fábrica Pastas Gallo se trasladó desde aquel barrio a Esplugues de Llobregat.

De la escuela, teniendo en cuenta cómo era la de entonces, no me puedo quejar. Los párvulos los pasé en el Pedró. Le caí bien a la maestra, Maria Rosa Andorrà, quizá porque hablaba catalán, idioma que cultivaban ella y los suyos. Allí conviví con las primeras migraciones del barrio, que levantaron sus casitas alrededor del cementerio. La verdad, en el parvulario hablábamos indistintamente catalán o castellano, según lo entendiera o no el compañero de clase. En eso tuve suerte. Nunca me sentí agredido en mi lengua materna, algo que, sin duda, marcó mi talante futuro. Eso sí, la instrucción era en castellano: para la dictadura esa era la lengua del Imperio: ¡pobre castellano!, tener que aguantar eso.

Mala suerte en la enseñanza primaria. Era la escuela nacional de Torras i Bages. Cantos patrióticos antes de comenzar la clase; loas a la grandeza del Imperio el Día de la Hispanidad; panegíricos contra el comunismo en los aniversarios de la sublevación franquista…; y la vara, la cuerda y la caña americana como método educativo. Tuve suerte, pues nunca probé el arsenal pedagógico de aquel maestro de ocasión, seguramente porque él era maño y existía una sincera amistad entre su mujer y mi abuela.

Mejor me fue con el bachillerato en la Academia Junyent, a la que bajaba cada día andando. El maestro, Don Jesús Cañizares Sáez, era natural de Valladolid, joven y fumador de Peninsulares (los Extras en las grandes ocasiones), e hijo de un policía de la Brigada Criminal, que murió en un tiroteo cumpliendo con su deber. La verdad, era una persona excelente. Se bastaba él sólo para conducir con éxito un aula en que se mezclaba desde la enseñanza primaria hasta el bachillerato, con clases de nocturno para los que eran algo mayores y ya trabajaban en fábrica. Saqué Matrícula de Honor en la prueba de ingreso para el bachillerato, algo que, en aquellas condiciones, era toda una proeza suya y mía. Además, un día a la semana nos enseñaba canciones tradicionales, y una vez al año actuaban un ventrílocuo y un auténtico cowboy, que también trabajaba como figurante en los westerns-spaghetti que se filmaban en Esplugas City, aquellos Estudios Balcázar. Ambos eran de primer nivel. Como la directora, señora Bizcarra, hablaba catalán, el uso del idioma tampoco fue un problema.

Pasé al Instituto de San Miguel (filial del Jaime Balmes de Barcelona), que estaba más cerca de casa. Allí me fue muy mal. El director era un personaje tan catalanista como integrista, amante de la disciplina más férrea. Y los profesores, en su mayoría dejaban mucho que desear. Tan absurdo era todo que acabaron echándome por defender de palabra a unos alumnos a los que acusaban de haber enviado una nota insultante a una profesora. Sabía que eran inocentes y así lo dije. En resumen, nos expulsaron a todos del colegio y tuvimos que ir al recién inaugurado, hoy Francesc Macià, hasta que se descubrió que la célebre nota la habían escrito unas alumnas de un colegio cercano para chinchar a la tal señorita. Así que nos readmitieron, pero el mal ya estaba hecho. Solamente había recibido el aliento y comprensión del profesor de dibujo Don Álvaro Alonso, viejo socialista con el que aún mantengo una sólida amistad, y de otro profesor, que era falangista, y con el que lamento haber perdido la relación. Otro falangista, sin embargo, continuó haciéndome la vida imposible: llegada la democracia se hizo nacionalista afiliándose a CDC, logrando una importante posición institucional en el deporte catalán; lamentablemente, murió en accidente de tráfico.

La verdad es que comencé a sentirme tan desmotivado para estudiar, que decidí iniciar otra vida y, poco a poco, fui dejando de ir a clase, hasta abandonar la escuela del todo cuando terminé sexto curso de bachillerato sin aprobar matemáticas y física. Tenía 17 años.

Como fuera que mi vocación era el cine y no se enseñaba en la Universidad, ni mis padres aceptaban que marchara a París por mi cuenta para estudiarlo, acabar el bachillerato carecía de sentido para mí. Y es que el dinero nunca me ha motivado: hoy vivo, como siempre, en casa de alquiler y, también como siempre, sin coche ni carné de conducir; eso sí, tengo todo lo necesario para cocinar a gusto, un magnífico proyector para ver cine y, entre libros, discos y películas, unos diez mil ejemplares que, día y noche, me hacen compañía

adolescencia …

Y, sin darme cuenta, ya era un adolescente. Mi formación la debo más al cine Edison y a la biblioteca de Cornellà que a mis maestros (Don Jesús y Don Álvaro, aparte). Quizá por eso mi vocación ha sido siempre el cine. Así que a los 15 años dirigí una película y a los 16 otra. Eran dos cortometrajes. Uno se tituló “El toxicómano”, pero no pudimos acabarlo por falta de dinero. El otro, “Monsieur Bufallaunes”, rodado en color y 8 mm., que se estrenó el año 1969, con motivo de la Semana de Juventud de Cornellà. Era una crítica, en clave de comedia de humor, sobre las carencias sociales de nuestra ciudad. También organizaba y era ponente de cine forum en todos los barrios. Después vino lo de escribir en la prensa, animado por el conserje del instituto, Don Juan Romero Conejo, con el que aún hoy me relaciono. Comencé, de su mano, en la revista local “El Pensamiento” como corresponsal de mi barrio. Después lo fui de Cornellà en las agencias EFE y Europa Press, y en La Vanguardia, hasta que me metieron en la cárcel y perdí tales privilegios.

A los diecisiete años uno ya es consciente de que ha de ir decidiendo por donde encarrilará su vida. Ayudaba a mi padre en el cobro de los recibos de “El Ocaso” y el “Futbol Club Cornellà”, lo que posibilitó que conociera la ciudad al dedillo, y hacía un año que había comenzado a trabajar, para pagarme los estudios, en la empresa Elsa de Cornellà. Mi hermana era la secretaria del director y medió para que me contrataran como auxiliar administrativo. Los veranos iba a París a ver cine, unos años alojado en casa de un tío mío y, otros, donde podía. Me apunté a la coral del Orfeó Catalònia, su cuadro teatral y su sección cultural “Los trovadores”; después los jóvenes creamos “Nova Gent”, grupo de teatro que hizo entrar aire nuevo en la entidad. También comencé a estudiar sociología en el Instituto de Estudios Sociales de Barcelona con el añadido que los lunes, al salir de clase, iba con Salvador Colominas al Teatro Romea, que ese día de la semana daba teatro contemporáneo de la mano de Ricard Salvat, el cual nos dejaba entrar gratis. Me hice socio del Centro Social Almeda, donde un grupo de jóvenes organizaba cosas con vocación de barrio, pero también de ciudad. La revista “El Pensamiento”, que dirigía el arcipreste Jaume Rafanell, era otro lugar que acabamos ocupando los jóvenes renovando sus contenidos. Y, alguna que otra noche, a la “Peña Fosforito” a oir flamenco, como buen amante del jazz que era y soy.

… y primera juventud:

La suerte estaba echada. Mi inclinación se decantaba hacia lo social, hacia la recuperación de las libertades, algo que aparecía como muy lejano. Nuestros mitos eran Martin Luther King, Bobby Kennedy, Ghandi… y, la verdad, el hecho de que todos hubieran sido asesinados en países democráticos nos hacía creer que lo de aquí no se acabaría nunca, pero, afortunadamente, Franco sólo ocupó cuarenta años la Silla: cinco de mi juventud, que es bien poco.

Decir que del Orfeó Catalònia me apartaron de la junta en 1972 por no gustarles lo que hacíamos, y la revista “El Pensamiento” fue cerrada por el Régimen también por esas fechas, así que mi actividad social se centró en el Centro Social Almeda, la prensa barcelonesa y, algo importante, en 1971 me presenté a las elecciones sindicales que se celebraron el mayo de aquel año. Resulté elegido, pasando a ser el secretario del Jurado de Empresa de Elsa, fábrica vidriera de unos 900 trabajadores, donde conocí a dos grandes maestros del sindicalismo, Don Antonio Sánchez y Don José Maria Luque, el uno comunista y el otro socialista. José María era jurado de empresa, a pesar de que la UGT se oponía a que sus militantes participaran en las elecciones sindicales. En su casa nos vimos con Valentín Antón, líder de los ugetistas catalanes, e intentamos convencerle del error. Él líder mantuvo su posición, pero aceptó que los militantes que quisieran se presentasen y me animó a afiliarme al sindicato socialista. Decliné su invitación, pues no se trataba de que los que quisiéramos participáramos en las elecciones sindicales; el tema era que la UGT tenía una estrategia equivocada, como ya en democracia reconoció Nicolás Redondo.

Así que continué como jurado sindical independiente, lo que no quitó que la dirección de la empresa, al comprobar mi actitud en defensa de los derechos sociales, me exiliara a “ La Siberia”. Así es como llamábamos al almacén que tenía en Sant Joan Despí, en el que estaba sólo y aislado de la fábrica. Eso era algo habitual y comprensible en aquel tiempo; lo que no entendí nunca es que cuando, ya en democracia, volví a la empresa, que era una Sociedad Anónima Laboral, los directivos de izquierdas me confinasen de nuevo en “ La Siberia”. Y es que a veces algunas derechas y algunas izquierdas son igual de crueles.

No ocultaré que tanto yo como los jóvenes con que me relacionaba, no sentíamos nuestros los planteamientos de CC.OO. y el PSUC, aunque sus actos de audacia nos merecían gran respeto. Pensábamos que eran gentes teledirigidas, quizá porque su arraigo ciudadano era muy poco. Con el tiempo fuimos conociéndonos mejor.

Así que actuábamos sin adscripción política y en la legalidad. Nos habíamos dado cuenta que desde la legalidad era posible hacer más cosas que llegaran a la gente que desde la clandestinidad. Los de CC.OO. así lo entendían también en la vertiente sindical, pero, quizá por provenir en su mayoría de la inmigración, no optaron por arraigar en las entidades autóctonas; además, eran bastante pocos.

En aquel período dos hechos importantes: la Semana Cultural de Almeda de septiembre de 1970 y el desbordamiento del río Llobregat en septiembre de 1971.
La semana cultural fue un acto de libertad: pasaron por el barrio cantantes como Paco Ibáñez, que actuó al aire libre con los ruidos y humos de la fundición Laforsa por todo decorado; también Els Joglars, que entonces comenzaban, y tantos otros. Lo más importante es que la gente del barrio, por primera vez sintió el orgullo de ser de Almeda y, los que éramos de otros barrios de Cornellà, el de ser ciudadanos de nuestra ciudad.

Al año, la riada. Toda la parte baja de Cornellà inundada. Me pilló estando en Almeda, y de tan cerca que cuando vi cómo venía el agua me puse a correr y ya me llegaba a la cintura cuando logré refugiarme en la casa de unos amigos, en la que pasé todos aquellos días. Si el barrio encontró su orgullo en la semana cultural y ya se había movilizado discretamente para evitar el derribo de un bloque de viviendas sociales, la riada fue el colofón. Es esta una página ya muy explicada, pero lo que es inenarrable es el sentimiento de solidaridad que existía entre todos los vecinos; durante unos días supimos que la igualdad era posible, una lección que no se aprende en ninguna universidad como la aprendimos allí.

Pasada la catástrofe vimos que debíamos coordinarnos con los diferentes barrios y también con las fábricas, pues todos habíamos actuado a una durante el desastre, pero no había instancia legal que permitiera una relación estable. Así que fundamos lo que llamamos Comisiones de Barrios y Fábricas, que tuvo por ámbito la comarca del Baix Llobregat y que no tenía relación directa con ningún partido político. Lo cierto es que, para bien y para mal, ese paso hizo subir la temperatura ideológica y el voluntarismo, pues no son lo mismo las cosas cuando se debaten desde la barrera de la clandestinidad, que cuando uno ha de torear en la plaza pública de la legalidad. Pero fuimos respetuosos con la forma de ser de cada cual, lo que permitió que aquello sobreviviera e hiciera algunas cosas de provecho.

De la comisaría a la cárcel

Y todo me parecía que iba tan bien cuando la madrugada del domingo 13 de febrero de 1972 sonó el timbre de mi casa. La Brigada Político-Social venía a detenerme. Estaba prevista una jornada de lucha de trabajadores y estudiantes para el lunes siguiente. Era en solidaridad con las fábricas en lucha y contra la ley de educación que quería imponer el gobierno. Por primera vez estudiantes y trabajadores iban a una. Conmigo, detuvieron a siete sindicalistas más.

De mi paso por comisaría saqué varias experiencias. Conocí la tortura, verdadera cara del Régimen; conocí la fuerza emotiva de la solidaridad en un momento difícil; y sufrí pensando en lo mucho que deberían estar padeciendo mis padres. Como siempre una nota cómica. Entonces, la canción de moda se titulaba “Soy rebelde”, estaba compuesta por el Maestro Alejandro y la cantaba la inglesa Jeanette. Pues bien, en los calabozos del sótano de Via Laietana, el carcelero, mientras paseaba, iba haciendo girar la porra inconscientemente mientras la tatareaba: “Yo soy rebelde porque el mundo me hizo así…”.

El comisario que dirigió mi interrogatorio y las sesiones de tortura se llamaba Genuino Navales, curiosamente. Murió hace unos años al quedar atrapado, lamentablemente, en un pozo aséptico de su finca de Castilla. He conocido a su hijo, que se llama Carles, como yo, y le he expresado que no siento ningún rencor por lo que me hizo su padre, pues no fue más que el resultado de un Régimen que forjó muchas personas como él. Eso sí, lo que no entendí nunca es que ya en plena democracia se le condecorara con la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica, máxima encomienda del Estado.

Quién suscribe lo tenía muy mal. Habían encontrado un paquete cerrado con varios ejemplares de la revista comarcal clandestina “Prensa Obrera” y de otras publicaciones políticas, a la vez, en casa había muchos libros no autorizados en España, fruto de mis viajes a París. No tuve la misma suerte que el compañero Francisco Pareja, al que también detuvieron aquella noche. Durante el registro de su casa vieron que había un libro titulado “El capital”, cuyo autor es Carlos Marx, pero un policía le dijo al otro: “Con ese título no será nada malo…, debe ser cosa de empresarios”.

Lo peor es que me enseñaron la declaración de un compañero mío, firmada de su puño y letra, al que habían detenido tiempo atrás, y en la que “cantaba más que una almeja”. Nunca le he dicho a él que la vi, y nunca se lo diré, como tampoco he revelado su nombre a nadie: entiendo que en una situación como aquella uno pueda hundirse.

En medio del interrogatorio, otra lección. En un momento de descanso, entró en la pequeña sala un policía de paisano que venía de las manifestaciones estudiantiles. Se dirigió a mí en catalán, que se notaba era su lengua materna. Eso me dio esperanza, el que hablara catalán me hacía suponer que sería menos malo que los demás; pues no, resultó ser el peor de todos. Ya lo ven, entonces si hablabas bien de Franco en catalán no te pasaba nada, pero si hablabas mal del general en castellano o en catalán, te tomaban la medida enseguida.
Al volver a la celda miré a las de enfrente. En una estaba Antonio García y en otra Antonio Luque, ambos de Siemens: la fuerza de voluntad que me dio su mirada es impagable, con sus ojos me decían que estaban orgullosos de que hubiera resistido; después desenvolví un bocadillo que me trajo mi madre y mi tía y en el papel de periódico de “El Correo Catalán” una pequeña noticia explicando que varias fábricas de la comarca habían parado en solidaridad con nosotros: ya fue el súmmum. Aquella noche dormí en la gloria.

Tras los tres días que permitía la ley nos tuvieran incomunicados, pasamos a disposición del juez, que puso en libertad a todos menos a mí, acusado de propagandas ilegales. Así que del juzgado fui a la cárcel, donde estuve tres meses, hasta que logré la libertad provisional en espera de juicio.

En la Cárcel Modelo aprendí muchas cosas. Por supuesto a abrir toda clase de coches y que al caco se le llama chorizo para expresar que es un ladrón de poca monta incapaz de robar nada más que el bocadillo de chorizo del albañil que está en el andamio. Conocí a ladrones de altura, que se centraban en las viviendas del cuerpo diplomático y en obras de arte, también a pobres hombres como “El madriles”, alcoholizado y más a gusto en la cárcel que fuera.

Tuve tres meses para leer mucho y hablar todavía más con delincuentes jóvenes de la periferia barcelonesa. Los funcionarios me trataron muy bien, tanto a mi como a otros presos políticos que estábamos en aquella Sexta Galería, reservada a los menores de 21 años.

No puedo dejar de citar a las vecinas de mi barrio, con Doña Maruja Tejero al frente, que se organizaron para que cada día una de ellas cocinara y me hiciera llegar, aún caliente, la comida del día, que compartía con mis compañeros de celda: el plato que tuvo más éxito fue el pollo a la murciana, que recomiendo (pollo guisado con sofrito, chorizo del bueno y pimientos verdes de la huerta). Como ven, mi ancestral afición a la gastronomía descansa sobre sólidos cimientos.

A los pocos meses, el juicio en el Tribunal de Orden Público de Madrid, del que salí absuelto. Pesaron a mi favor los muchos certificados de buena conducta que extendieron desde diarios como “ La Vanguardia”, del que fui corresponsal, hasta entidades ciudadanas y las parroquias de Cornellà. Seguro que también llegó a la sala el aroma del rosario que a la hora del juicio comenzaron varias beatas de Cornellà en la iglesia de Santa María dirigidas por la mayordoma del arcipreste de Cornellà, Jaume Rafanell, pero lo que decidió hacia donde iría el fiel de la balanza fue la declaración de este ante el Tribunal.

Mossèn Jaume declaró que era verdad lo que yo había dicho en comisaría, que esa noche esperaba un paquete con la revista parroquial que no me enviaron, por lo que cogí el paquete de revistas clandestinas pensando que era la revista que él dirigía. Reconozco que el fiscal que tuve, ese día -y supongo que también otros- actuó de buena fe, pues sus conclusiones nada tenían de acusatorias, más bien se centraron en justificar a un chico joven y con buenas credenciales que quizá tuvo un mal momento. Tan favorable fue su intervención, que en la fase de conclusiones mi abogado defensor se limitó a decir: “Después de oir la intervención del señor Fiscal, no tengo nada que añadir”. Algo que seguramente era insólito en aquella Sala.

Eso sí, cuando pasó todo le pregunté a mossèn Jaume por qué había pecado mintiendo. Él, que era hombre recto y de una pieza, me lo argumentó así: “Cometí el pecado venial de mentir para evitar que los jueces cometieran el pecado mortal de condenarte a la cárcel, y la teología católica dice que si con un pecado venial evitas que otro cometa uno de mortal, el pecado venial desaparece”. Así de sencillo.

Una vez y no más

Siempre he admirado más a los que llevando una actividad como la mía no fueron detenidos; eso sí que es un mérito. Así que procuré que no volvieran a pillarme, lo que significó dormir fuera de casa en momentos de peligro, especialmente en casa de mis tíos Carmen y Ángel -mis segundos padres-, allí cenaba y dormía compartiendo cama con mi primo Ángel, con él, por toda oración, antes de apagar la luz escuchábamos cada noche “Here comes the sun” (Por fin llega el Sol), la canción de George Harrison que interpretaban Los Beatles, con la esperanza de que algún día también saliera en España el sol de la libertad. A las seis de la madrugada, mi tía Carmen sacaba a pasear a su perra Laica para comprobar que no había moros en la costa y, después, me iba a trabajar.

En algunas ocasiones tuve que pasar varios días escondido, como sucedió en las detenciones de varios sindicalistas, en 1973, con motivo de los preparativos de movilizaciones contra el “Proceso 1001”, que debía verse en el TOP. Por suerte, al ser administrativo, la policía pensó que entraba a trabajar a los ocho en vez de a las seis y media de la madrugada, y se presentaron en la puerta de mi casa a las siete para detenerme sin orden judicial. Mi hermano pudo venir a avisarme. Salí de la empresa aduciendo que no me encontraba bien y tenía que ir al médico. Laureà Palmer, viejo amigo de escuela, me llevó en su camión de verduras a Viladecans y allí me refugié en la masía de Doña Antonia Doñate, toda una delicia de mujer, que cocinaba como los ángeles y dispuso una amplia habitación sólo para mí; en otra, libros y discos a porrillo: mejor que vacaciones en el mar. Tras aquella experiencia a veces pensaba: “A ver si vienen a detenerme y así puedo volver con la sra. Doñate”.

Pasado el peligro volví a la vida normal (si así puede llamársela a la que llevaba) a tiempo de asistir a la representación teatral “Per què surt de mare el Llobregat?”, obra de nuestro Joaquim Vilà i Folch, representada por el grupo teatral cornellanense “El Corn”, que él dirigía. Quim había sido premiado con el “Ciutat de Granollers de Teatre” por su obra “Si grinyola, posa-hi oli”, lo que le concedió el honor de representar en el Teatro-Casino de aquella ciudad su soberbio montaje sobre la riada. No podía perdérmelo: por fin el Cornellà cultural joven también ponía su estandarte en Catalunya.

Y como quien no quiere ya se acercaba la huelga de Elsa. Como preámbulo el atentado de ETA que costó la vida al almirante Carrero Blanco a las 9’36 horas del 20 de diciembre de 1973. La noticia me llegó cuando estaba interviniendo en la UTT del Vidrio y la Cerámica del Baix Llobregat para que se aprobara una resolución pidiendo la libertad de Marcelino Camacho y sus compañeros, que esos días estaban siendo juzgados por el TOP. De pronto, entró un funcionario del sindicato vertical, que rompió a gritar habían matado al presidente del gobierno y espetando que si eso es lo que querían los comunistas como Marcelino Camacho. Se suspendió la reunión y no se aprobó la resolución. Comprobé algo que ya pensaba, que el terrorismo lo que hace es crear temor entre los trabajadores y frenar el camino de éstos en su lucha por la democracia; es más, estoy convencido que el asesinato de Carrero no aceleró la caída del franquismo, creo que, eso sí, sirvió para que el Régimen se cerrara más en sí mismo y reprimiera con más fuerza: las penas de muerte a Puig Antic, “Txiqui” y otros, estados de excepción,…, esas fueron las consecuencias.

Esa noche, con otros compañeros de Bandera Roja -organización política a la que acababa de afiliarme- salimos a tirar octavillas condenando el atentado. Era una situación surrealista, pues con la tensión que se vivía ese día, si llega a vernos la Guardia Civil seguro que nos dispara. En la prensa extranjera la noticia hubiera sido esta: “Extraño suceso: La Guardia Civil dispara y mata a jóvenes comunistas españoles que lanzaban octavillas condenando el asesinato del presidente Carrero Blanco”.

Y llegó la huelga de Elsa

Los despedidos de ELSA se reunen cada día enla puerta de la fábrica para exigir la readmisión (Foto "Treball")
Es un hecho aceptado por todo el mundo mínimamente documentado que la huelga de Siemens de 1962 marca un antes y un después, y que lo mismo sucede con la huelga de Elsa de 1974. En el primer caso, el movimiento obrero dio fe de vida. En el segundo, el sindicalismo se organizó públicamente.

Llegamos a la huelga de Elsa con una situación muy transformada. Además de los jurados de empresa y los enlaces sindicales, había las Uniones de Técnicos y Trabajadores, de las que eran presidentes los dirigentes más representativos de los ramos de producción. Bastantes de CC.OO., algunos de la UGT y la CNT, y la mayoría de ninguna organización ilegal; pero todos, igualmente representativos. El gran mérito de CC.OO., UGT y los Sectores de Barrios y Fábricas (una organización autóctona, que acabó fusionándose con CC.OO.) es que pusieron por encima de sus acuerdos y desacuerdos, las decisiones que se tomaban en las instancias públicas, previa consulta hecha empresa a empresa. Sin este hecho, el sindicalismo del Baix Llobregat no hubiera visto la huelga de Elsa, ni las huelgas generales que siguieron.

En aquellos momentos, nuestro espacio legal era muy ancho. En el sindicato vertical podíamos hacer reuniones generales de enlaces sindicales y elegir un representante de cada ramo de producción -instancia que después llamamos " La Intersindical"-; teníamos un despacho para recibir a la prensa, a representantes de otras empresas o recoger dinero de apoyo a la huelga. A la vez, el Régimen estaba en decadencia, y un sector -el denominado “los hombres del Príncipe”- optaban por la apertura. La prensa legal también apostaba, como el delegado sindical provincial de entonces, Josep Maria Socias Humbert, con el cual pudimos entendernos. Después sería destituido, al oponerse al encarcelamiento del periodista Josep Maria Huertas Clavería.

Por lo contrario, puede afirmarse que el sindicalismo ilegal del Baix Llobregat nunca estuvo tan dividido como en la huelga de Elsa. El punto de encuentro fue la democracia directa que se expresaba a las reuniones toleradas que hacíamos en el edificio del sindicato vertical. Era allí dónde se tomaban las decisiones reales, aquellas que venían de las fábricas en forma de propuesta y volvían a las fábricas transformadas en acuerdo mayoritario que nos comprometía a todos.

Este espacio de legalidad permitió superar las muy fuertes diferencias entre las organizaciones ilegales. Parar CC.OO. -muy vinculada al PSUC- la generalización de la huelga daba miedo. Se temía que provocara una situación incontrolada y acabara con una escabechada policial que decapitara al movimiento obrero del Baix Llobregat. Para Sectores de Barrios y Fábricas (vinculada a la organización política Bandera Roja) el proceso hacia la huelga general tenía que acelerarse y así exhibir un modelo de sindicalismo diferenciado de CC.OO.. Además, dentro de estos se había sufrido una ruptura. Toda una parte había marchado de Bandera Roja, estaba en conversaciones con el PSUC, y optaba por un mayor gradualismo, que permitiera la mayor implicación ciudadana posible.

Si la huelga se hubiera tenido que decidir por acuerdo de las organizaciones ilegales, nunca se hubiera producido. Las reuniones públicas fueron el auténtico parlamento. La representación directa y la votación de los acuerdos, es el que unió a unos y otros en una misma posición. También UGT adoptó este criterio, aun cuando oficialmente era contraría a participar en las instancias legales.

Debo recocer, y añadir a lo dicho, que otro auténtico centro logístico de la huelga de Elsa fue el Bar del Pino, regentado por Juanito Pino, su hermano y sus respectivas compañeras, ambas excelentes artistas del choco, el calamar, los boquerones adobados -crudos o fritos-, y los legendarios caracolillos en su caldo, que, con las pintas de cerveza y el vino de Montilla a granel, acababan siendo nuestra cena diaria, con Antonio Morales por principal anfitrión y gran maestro de ceremonias. Tabaco, cerveza, finos y tapas de primera a precio fiado, si era menester: ¿qué más podíamos pedir?

El bar estaba en Cornellà, tocando al barrio de Les Planes de Sant Joan Despí. Era una tasca fronteriza, con mesas de fórmica y una máquina tocadiscos, a un duro la canción, que no paraba de hacer sonar “Por el camino de Loja”, una “copla” con música del Maestro Benito Ulecia Collado -nacido en Barcelona y muerte en Tiana-, cantada y con letra compuesta por el valenciano Luís Lucena (Luís Lisart, su nombre auténtico; compositor e intérprete de piezas como “Españolear”, “A la Virgen del Pilar” y tantas otras). Esta canción no ha aguantado el paso del tiempo, pero entonces ocupaba el primer lugar en “Los 40 principales” del bar del Pino.

Allí llegaban las novedades, venían gentes de otras empresas y lugares, se sopesaba la situación y, tras riguroso análisis, se tomaban las decisiones de carácter estratégico.
Otro centro logístico lo fue el Patronat Cultural i Recreatiu, donde cada tarde nos veíamos con los corresponsales de prensa para darles información; todos ellos eran cómplices y sabían que una noticia en la prensa legal valía más que un millón de octavillas, aunque a la huelga se la llamara paro o al despido rescisión de contrato.

Mi vivencia fue intensa. Como es lógico, vivía lejos de mi casa, incluso alguna noche en la de un amigo falangista “de izquierdas”, como se hacía llamar. Marta Farrés era una especie de secretaria que llevaba mi agenda y a mí de un sitio a otro en el coche más desvencijado al que he subido. Cuando llegaba al sindicato vertical, dos miembros de la Brigada Político-Social se me enganchaban sin despegarse de mi en todo el día; la verdad es que alguna cerveza tomamos juntos, eso sí, tras ellos un nutrido grupo de trabajadores de Elsa por si me detenían.
El momento más delicado lo viví a media huelga. Los enlaces y jurados sindicales de Siemens pidieron una reunión con los de Elsa en el sindicato vertical, que fue autorizada. Su propuesta era que aceptara el despido para que así la huelga se acabara. A cambio, me proponían ir a trabajar a la Cooperativa de Consumo de Cornellà. Mi respuesta fue que no, a no ser que me lo pidieran mis compañeros de trabajo. A la salida hablé con sus principales dirigentes, que militaban en el PSUC y en CC.OO., e intenté hacerles ver que no debían temer por la evolución de las cosas. Les expliqué que acababan de expulsarme de Bandera Roja por mi moderación, y que el sector radical de la organización no tenía peso en la toma de decisiones de los trabajadores de Elsa. Creo que esa conversación actuó como un bálsamo, pues a los pocos días me pidieron si quería asistir a una rueda de prensa, que CC.OO. organizaba ilegalmente, para informar a la prensa de Barcelona sobre las luchas que había en aquellos momentos. Dije que sí, y allí conocí a José Luís López Bulla, hoy gran amigo. Decir que pensé: “Con lo fácil que es reunir a los periodistas en el Patronat de Cornellà, como se complican la vida estos de CC.OO. con tanta cita de seguridad para vernos con la prensa”.

La crónica de la huelga está más que escrita, por lo que no reiteraré lo que ya es sabido.
El final de la primera huelga general, tuvo como consecuencia un sindicalismo con un amplio espacio de legalidad y una total transformación en las formas de lucha, que se extendió a toda España.

La mili en Madrid

Por mi parte, fue acabarse la huelga y marchar al Servicio Militar pocos días después. Recuerdo el emotivo homenaje en el Centro Social Almeda, donde se subastaron los rizos de mi abundante pelambrera para conseguir el dinero con que subsistir en el exilio que me esperaba, primero en Madrid y luego en Aranjuez.

No me extenderé en este apartado, sólo decir que estuve los tres primeros meses sin poder salir del acuartelamiento ningún día y que, ya en el cuartel de Aranjuez, me metieron un mes en el calabozo por un artículo que publiqué en el diario “Tele Exprés” sobre las elecciones sindicales de junio de 1975, y que sólo me concedieron el mes obligatorio de permiso. Allí viví la primera enfermedad de Franco y el cumplimiento de las sentencias de muerte a Juan Paredes Manot “Txiqui” y otros miembros de ETA en septiembre de 1975. Esa noche estábamos de campamento en Zaragoza, como llevaba la cantina y la intendencia opté por dormir al aire libre contemplando las estrellas. Desde el bar de oficiales se espetaron gritos y vivas, estaba claro que las sentencias de muerte se habían ejecutado.

De Madrid guardo el recuerdo de los amigos que hice allí y que ofrecieron sus casas cada vez que las necesité. También mis paseos para dar rienda a la nostalgia. Más de una vez me paré en el Puente de los Franceses, donde resistieron los madrileños cuando ya todo estaba perdido, con el Gobierno del Presidente Azaña en retirada y el del Presidente Lluís Companys, nuestra Generalitat, ya en tierras de Francia. Espero que algún día la Generalitat de Catalunya tenga la dignidad de poner, aunque sólo sea, una placa en aquel puente, que rece: “A los madrileños y madrileñas que dieron aquí su vida en defensa de las libertades de Catalunya y de todos los demás pueblos de España”.

Señalar que recibí varias cartas del Delegado de Sindicatos, José Maria Socías Humbert, con membrete oficial. Los militares alucinaban, sobretodo cuando una se me entregó estando en el calabozo. Si las abrieron -cosa que no sé- la alucinación debió ser a lo LSD, pues en algunas incluso hablaba de que el Príncipe optaba por la reforma, o que políticos como Pío Cabanillas le decían que debían promocionar a sindicalistas como nosotros. Si eso no expresaba la descomposición del Régimen, que baje Dios y lo vea.

La Intersindical y el Factor K

Fue acabar la mili, volver a Cornellà, y morir el dictador. Mi posición fue que el Rey era una pieza fundamental en la recuperación de la democracia, pero muchos de mis compañeros pensaban lo contrario. Así que continué sin pertenecer a ningún partido político ni a Comisiones Obreras. Fue cuando dieron el giro que me acerqué a ellos.

Mientras tanto, iba sobreviviendo gracias a Don Alfonso Carlos Comín, que estaba al frente de la Editorial Laia y me propuso formar parte del Consejo de Dirección de la colección de libros sobre sindicalismo “Primero de Mayo”. Además, me ofreció coordinar la colección de cuadernos del mismo nombre, lo que significaba una remuneración de 30.000 Ptas. por número, que debía compartir con Manuel Ludevid, el otro coordinador, aunque su parte me la entregaba a mí por estar yo sin trabajo.
De joven te apañas con poco: los cuadernos salían cuando salían.

Pero en el terreno sindical lo que venía era la Tercera Huelga General, la de Laforsa. Su desarrollo también está más que escrito, por lo que me limitaré a reflexionar sobre lo que fue “ La Intersindical”, organismo que expresaba el cenit de un proceso democrático de representación obrera.

En la huelga general de Laforsa, la Intersindical, de la que formé parte, fue aceptada por los trabajadores como organismo dirigente, y, por parte del Régimen, como ente representativo.
En 1975 el dictador moría a la cama, y con él acababa un Régimen que sólo aguantó cuarenta años, un periodo de tiempo muy largo para los que lo sufrieron, pero muy corto cuando se escriba la historia de España dentro de cien años. Será, eso sí, una gota de ácido sulfúrico, en vez de agua buena, y quedará como si de una mota de suciedad se tratara.

Era tal la descomposición del Régimen y los avances sindicales, que en el Baix Llobregat funcionaba entonces lo que denominamos la Intersindical, que no era otra cosa que un movimiento sindical estructurado y unitario, los representantes del cual eran elegidos directamente por los trabajadores desde la asamblea de fábrica.

Si eso era así, la cuestión tantas veces expuesta es: ¿Por qué no cuajó un sindicato unitario en nuestra comarca? Es la pregunta del millón. La respuesta en absoluto es compleja. La presión internacional, la derecha democrática y la izquierda democrática no querían que eso sucediera. Curiosamente, por caminos muy distintos llegaban, unos y otros, a la misma conclusión. Para los EE.UU. y la Internacional Socialista lo que llamaban el “Factor K” era la cuestión clave: “K” de comunismo.

Era reciente la revolución de los claveles en Portugal con hegemonía comunista, en Italia el PCI se había convertido en el partido más influyente de aquel país, en Francia había un frente de izquierdas... Veían al comunismo como el clavillo o eje que en Europa podía trabar las pinzas de la tenaza, con la URSS de primer brazo y los partidos comunistas del sur de segundo.

Fuerte fue la sorpresa de José Maria Socias Humbert, secretario general de los sindicatos españoles oficiales, cuando el entonces todopoderoso Otto Kersten, Secretario General de la CIOSL (internacional de los sindicatos socialdemócratas), le decía que de ninguna de las maneras debía celebrarse un Congreso Sindical en España, con la elección directa de los congresistas, para traspasar la Organización Sindical Española a los trabajadores. Y que nada de legalizar a CC.OO. al mismo tiempo que a la UGT. Para Kersten el “Factor K” aconsejaba evitar estructuras sindicales unitarias que pudieran estar controladas por los comunistas, como sucedía con la Intersindical portuguesa, y aconsejaba, también, dar vuelo a UGT para que acortara la enorme distancia representativa que la separaba de CC.OO. Otto Kersten fue claro y habló sin ambages: de no ser así ni la CIOSL ni la Internacional Socialista apoyarían el proceso hacia la transición democrática que España empezaba a recorrer. Y así fue. La UGT celebró su Congreso legalmente, camuflado con el nombre de “Jornada de Estudios Sindicales”.
CC.OO. continuó siendo ilegal. Y no hubo ni Congreso Sindical en España, ni Intersindical en el Baix Llobregat.

La derecha también jugó la misma carta. El “Factor K” era la gran preocupación de los EE.UU. y la democracia cristiana europea.
Y los comunistas españoles tampoco se quedaron cortos. Preferían un sindicato concebido a la antigua, como la organización de masas fiel infantería del Partido: no querían correr riesgos con experiencias unitarias, que adquirieran autonomía e independencia y se les fueran de las manos. Igual pensaba el PSOE: con la UGT ya tenía bastante.
En esta cuestión encaja al dedillo aquello de que todos los caminos llevan a Roma.

Hoy los sindicatos tienen total independencia respecto de los partidos políticos, pero en la Europa de los setenta otro gallo era el que cantaba.
Terminó la huelga de Laforsa; se legalizaron partidos y sindicatos y, en 1976, fui elegido el primer Secretario General de CC.OO. del Baix Llobregat y miembro de la dirección de las CC.OO. de Catalunya y de las de España. Tenía 23 años: todo un futuro tras de mí.
Después llegaron las primeras elecciones democráticas. Pero esa ya es otra historia, que no es motivo de este libro centrado en la lucha antifranquista. Oportunidad tendremos de hablar sobre la transición, que comienza en 1975 y termina en 1982, si así se nos pide en el futuro.

Decir, a modo de epílogo, que la tradición unitaria y de implicación en las cuestiones sociales y económicas de nuestro sindicalismo comarcal actual, tiene su clave de bóveda en aquellos años. Haría falta un análisis particular de esta vertiente socioeconómica: el sindicalismo y la canalización del río Llobregat; la planificación urbanística de la comarca; los primeros acuerdos por la ocupación firmados también por los ayuntamientos y que hizo suyos el presidente Tarradellas, nacido en el Baix Llobregat; las luchas por la amnistía laboral o contra el terrorismo, en las que fuimos pioneros; y un largo etcétera que merece ser examinado detalladamente.

Y este es mi sentimiento final:

 Ojalá no vuelvan nunca aquellos tiempos felices que pasamos en la miseria. 

Colomers, 11 de septiembre de 2007.

Memoria antifranquista del Baix Llobregat

Con Yasir Arafat en Gaza 1994
Carles Navales Turmos nació en Cornellà de Llobregat (Barcelona) hace 58 años, aunque actualmente vivia en Colomers (Baix Empordà) Girona. Era director de la revista La Factoría. www.revistalafactoria.eu y colaborador habitual de El Periódico de Catalunya, El País, Diario de Girona, La Razón y Tribuna BLL, entre otros medios.

Ha sido director del Foro Europa y participante habitual en las Jornadas Euromediterráneas sobre Cultura. Formó parte-en calidad de experto-de la Comisión para el Estudio de la Inmigración del Parlamento de Cataluña (2000-2001). Dirigió el Plan para el realojo de inmigrantes residentes en infraviviendas del barrio Salas de Viladecans (Barcelona). Es miembro del Observatorio de la Inmigración de Barcelona.

Asesor del gobernador civil de Girona (1991-1996). Director del seminario "Inmigración, racismo y xenofobia: de la denuncia a las propuestas", organizado por la Fundación Internacional Olof Palme (1994). Coredactor del Informe de Girona: cincuenta propuestas sobre inmigración (1992). Asesor de diferentes organismos e instituciones.

Además de los artículos en prensa y los publicados en la revista La Factoría de la que era director, Carles Navales es autor de:

“Peatones de la Historia 2”. Colectivo. (Capítulo: Hicimos lo que pudimos). 2007. Asociación para la Memoria Histórica y Democrática del Baix Llobregat.
“Peatones de la Historia 1”. Colectivo. (Introducción). 2006. Asociación para la Memoria Histórica y Democrática del Baix Llobregat.
“El sindicalisme al Baix Llobregat”. 1998. Consell Comarcal del Baix Llobregat.
"Ciudadano Mohamed": Autor del libro. 152 páginas - Editorial: PM. Barcelona, 1996. (Prólogo de Victoria Camps).
"1974: el año del cambio": Autor. Edita: Aquí + más multimedia. Colección Crónica de Cornellà (nº 6). Cornellà de Llobregat, 1994.
"Los gobiernos civiles en el nuevo ordenamiento democrático": Es un capítulo del "Informe Pi i Sunyer sobre comunidades autónomas 1993". Varios autores. Director: Manuel Ballbé y Joaquim Ferret. Edita: Fundació Carles Pi i Sunyer. Barcelona, 1994.
"Democracia y empresa": Es un capítulo del libro "Convenció per una majoria nacional i de progrés" Autor: Colectivo. Edita: Convenció. Barcelona 1988.
"Catalunya y Andalucía: simbiosis cultural": Pregón pronunciado con motivo de la "Romería del Rocío". Edita: Creadors, SA. Cornellà de Llobregat, 1987.
"Crónicas de aquí": Autores: Francisco Hidalgo, Carles Navales e Ignasi Riera. Edita: Creadors, SA. Cornellà de Llobregat, 1987.
"Situación de los sindicatos en Catalunya": Revista "Món laboral" (nº 0). Director: Manuel Feu. Edita: Departamento de Trabajo de la Generalidad de Catalunya. Barcelona, 1986.
"Coincidencias históricas entre el nacionalismo de izquierdas y el sindicalismo": Edita: CCOO del Baix Llobregat. Cornellà de Llobregat, 1981.
"El movimiento obrero en los años setenta": Capítulo del libro "El movimiento obrero en Cataluña bajo el franquismo". Autor: Manuel Ludevid. Editorial Avance. Colección Escuela Sindical (nº 3). Barcelona 1977.
"La Organización Sindical Española vista por un dirigente obrero del Baix Llobregat": Epílogo del libro "Cuarenta años de sindicato vertical". Autor: Manuel Ludevid. Editorial Laia. Colección Primero de Mayo (nº6). Barcelona 1976.
"Cuadernos del primero de mayo": Coordinadores: Manuel Ludevid y Carles Navales. Editorial Laia. Barcelona, 1976.
"Colección Primero de Mayo". Editorial Laia. Barcelona, 1975-1976. Miembro del equipo director de la colección, que presidía Alfonso Carlos Comín. 14 libros sobre sindicalismo.
Redactor de la revista clandestina “Prensa Obrera” (1971-1974).

Carles Navales Turmos, dirigente sindical histórico de Comisiones Obreras de la comarca barcelonesa del Baix Llobregat y uno de los principales protagonistas de las huelgas generales de 1974 y 1975, falleció el 16 de junio en Girona, mientras esperaba el tren, de un ataque al corazón, a los 58 años. La historia reciente del movimiento obrero español no se entiende sin aquellas protestas, que acabaron movilizando a 400 empresas de la que entonces era la primera zona industrial de Cataluña y la de mayor conciencia sindical.

Carles Navales, un sindicalista precoz

Con 22 años impulsó la huelga general de 1974 en el Baix Llobregat

Todo empezó precisamente por el despido de Navales y de otro delegado sindical, Pepe Martínez, de la empresa cristalera Elsa en 1974. Navales era entonces un chaval de 22 años y de ahí su apodo, el noi del vidre [el niño del vidrio] en recuerdo de Salvador Seguí, el noi del sucre [el niño del azúcar], el histórico dirigente anarcosindicalista muerto a manos del pistorelismo empresarial en 1923.

La huelga de Elsa duró una semana y la patronal aceptó el convenio, pero no readmitió a Navales, que fue detenido, torturado y juzgado por el Tribunal de Orden Público. Tres años más tarde se benefició de la amnistía laboral.

Navales militó primero en Bandera Roja, después en el PSUC -donde vivió las luchas intestinas en el histórico partido de los comunistas catalanes- y acabó en el PSC. Se adelantó a su tiempo en la defensa del eurocomunismo y acabó fraguando una estrecha amistad con Santiago Carrillo, que todavía perduraba. Siempre defendió el entendimiento de la izquierda, el acercamiento a los movimientos sociales y la unidad de acción sindical. Lo hizo de manera activa, impulsando encuentros y foros de debate, desde la revista de pensamiento social La factoría que dirigía o desde las tribunas de diferentes medios de comunicación.

En Cornellà de Llobregat (Barcelona), la ciudad en la que nació en 1952 y vivió y de la que fue concejal de Cultura, diseñó una política insólita al inicio de la democracia, de la que perdura el Festival Internacional de Payasos. Apasionado del cine y de la cocina, Carles Navales estaba divorciado y vivía en la antigua rectoría de (Colomers), un pequeño pueblo de Girona.

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Carles Navales, el noi del vidre

Ha muerto inesperadamente uno de mis mejores amigos catalanes, Carles Navales. Estaba esperando un tren en una estación de la provincia de Girona para acercarse a Barcelona, a fin de participar en un almuerzo de antiguos compañeros de lucha político-social, cuando un infarto de miocardio le fulminó. Me he acostumbrado, forzosamente, a la desaparición de mis camaradas de generación, pero me sublevo contra la de los que son jóvenes, los que tienen la edad de mis hijos, llenos de vida, aún capaces de hacer todavía miles de cosas útiles. Por eso me cuesta encajar esta noticia. Precisamente me hallaba a punto de telefonearle estos días citándole para ya nuestra acostumbrada cita anual en Girona, en la que durante largas horas comentábamos la situación política en Cataluña y en España, que tanto él como yo seguíamos atentamente.

Era un hombre profundamente unitario con la izquierda

Yo había conocido a Carles personalmente en los primeros tiempos de la Transición, cuando era un cuadro muy activo del PSUC y CC OO. Era todavía muy joven, pero se caracterizaba ya por la ponderación de sus juicios y por la amplitud de sus contactos con los líderes de la plural izquierda catalana. Desde el primer contacto vi en Carles a un hombre profundamente unitario dentro del partido y de la izquierda en general, que tenía una percepción clara de las dificultades que presentaba la construcción de un nuevo Estado, nacionalmente plural y democrático.

Conocía ya su breve pero activo pasado. Había formado parte de su brillante equipo de militantes formado en las luchas sociales del Baix Llobregat. Podría citar los nombres de muchos de ellos que han permanecido fieles a los ideales de su juventud y han mantenido incólumes sus lazos de amistad. No hace mucho compartí con ellos unas jornadas de compañerismo inolvidables en su tierra. Era el equipo de militantes que organizó las huelgas generales que movilizaron a los trabajadores del Baix Llobregat, entonces una vanguardia de la lucha obrera y antifranquista, que contaba ya con unas potentes CC OO y una buena organización del PSUC.

En ese momento, Carles Navales tenía solo 22 años y era delegado sindical. Fue detenido, torturado y condenado por el Tribunal de Orden Público. Sus universidades fueron la fábrica y la cárcel. Lector incansable e inteligente, llegó a lograr una sólida formación cultural y política.

Recordando al noi del sucre, un famoso luchador sindicalista del siglo pasado, sus compañeros, viéndole tan joven y a la vez tan maduro, llegaron a llamarle el noi del vidre, teniendo en cuenta su profesión.

En los últimos años, Carles había conseguido instalarse en la rectoría de una vieja iglesia desactivada en el pueblo de Colomers, desde donde, a través de Internet, mantenía una gran actividad cultural y política. A partir de este tranquilo lugar organizó festivales y actos culturales en Cataluña que tuvieron gran éxito. Desde allí dirigió también una importante revista, La Factoría, en la que tuve el placer de ver publicados algunos de mis trabajos.

En mis entrevistas anuales con Carles pude ir viendo crecer a su hijo Gabriel, hoy con 18 años, a punto de ingresar en la Universidad. A Gabriel le envío hoy, en primer lugar, mi más profundo pésame. Gabriel vive con su madre, pero pasaba temporadas durante las vacaciones con su padre, que también le adoraba. Hoy le animo a seguir siendo un buen estudiante y a hacer frente al infortunio, con el coraje que lo hizo su padre en una situación distinta.

El cariño de que Carles estaba rodeado entre sus camaradas de siempre lo comprobé el día de su fallecimiento. Acosta, López Bulla, Castellana y muchos más tuvieron en vilo mi teléfono, transmitiéndome la infausta noticia. ¡Estoy seguro, Carles, de que seguirás estando vivo en la memoria de tus amigos, la mayoría todavía jóvenes, durante muchos años!


SANTIAGO CARRILLO,  fue secretario general del PCE y es comentarista político.
El PAIS.COM

Carles Navales
Sindicalista

Elogio de un reformista

La noticia de la muerte de Carles Navales nos ha dejado anonadados a sus amigos. Lo ha sido, en mi caso, particular por muchas razones: la más íntima es que el jueves mismo teníamos una comida apalabrada junto con nuestro buen amigo Manuel Gómez Acosta, una costumbre que, desde hace años, cumplíamos a rajatabla cada quince días. La otra razón es el compromiso que juntos hemos tenido desde mediados de los setenta por las libertades sindicales y democráticas.

Carles Navales, jovencísimo, fue el principal dirigente sindical de las luchas obreras del Baix Llobregat y, ya en libertad, el primer secretario general de CC. OO. de dicha comarca. Su talante negociador fue la principal característica de este singular reformista y, en gran medida, ésta fue la cultura que hizo impregnar al sindicalismo bajollobregatense. Recuerdo su temple en la acción colectiva, en las mesas de negociaciones y su pedagogía siempre al servicio de la unidad sindical.

Nuestro amigo fue, ante todo, el paradigma del trabajador catalán culto, sofisticado. Capaz de estar atento a las grandes transformaciones del trabajo y la sociedad a través de sus potentes conexiones con la fábrica y la cultura. Desde sus diversos puestos de responsabilidad impulsó iniciativas tan diversas como el teatro y el circo (fue uno de los más importantes promotores del Circo en Cornellà y en el Festival Internacional de Albacete),del cante jondo y del jazz, amante también del cine. Desde hace años dirigía la revista de pensamiento La factoría (primero en formato tradicional, después en digital) en la que escribieron plumas tan prestigiosas como Jack Lang, Felipe González, Santiago Carrillo, Pietro Ingrao, Manuel Castells, Jordi Pujol y un largo etcétera. Una revista plural que se vanagloriaba de contar con un millón de visitas al anuales.

Me es imposible dar una breve reseña de los personajes que frecuentó: Tete Montoliu y el Gato Pérez, La Niña de la Puebla y Pepe Isbert, Genís Matabosch, amén de los principales dirigentes políticos de la transición española y catalana. Todo ello le propiciaba un conocimiento de las grandes corrientes sociales y culturales de nuestro tiempo. Lo dicho, era un personaje singular. Que escribía y hablaba de una manera sencilla, coloquial sobre los temas más candentes. Por ejemplo, de los temas de la inmigración que dominaba profundamente desde su condición de mediador en múltiples conflictos de convivencia.

De hecho su capacidad de intermediación - primero en sus lides sindicales y después en el mundo de los movimientos migratorios-fue de primer orden. Fue un buscador de consensos amplios que se tradujeron en utilidades para los sujetos a quienes representaba. Lo hacía desde su concepción de la izquierda tranquila, casi a modo de los fabianos ingleses. Y siempre con un suficiente punto de vista fundamentado, sin ninguna concesión a la galería. Ha muerto con 58 años. A una edad tan temprana como lo fueron sus primeros andares en el sindicalismo y en la política.

JOSÉ LUIS LÓPEZ BULLA, es ex secretario general CC. OO. de Catalunya

ENMEMORIA.COM  

Carles Navales y la lucha antifranquista

Morir repentinamente a los 59 años es una gran cabronada. En el caso de Carles además nos priva de una memoria irónica, divertida y certera sobre un periodo clave de nuestra historia: el del papel de la lucha sindical en el franquismo y la Transición. Hoy, cuando la memoria de la Transición se polariza entre los que nos presentan una época ejemplar, con las figuras del rey y Suárez como únicos protagonistas, y los que revisan y revisan el papel de la izquierda y los trabajadores, para poner en cuestión esa Transición y sus resultados, figuras como las de Carles nos llevan a la realidad de esos años. El trabajo del PCE y CCOO dentro del Sindicato Vertical fue una clave de bóveda durante el último decenio de lucha antifranquista. El éxito de CCOO en las grandes empresas, en las elecciones del Sindicato Vertical en 1966, provocó el mayor movimiento huelguístico en España desde la República, pero la represión y los despidos masivos lo descabezaron a principios de los setenta. Ese es el momento en que emergen a la política y al sindicalismo las generaciones de los que tienen entonces entre 20 y 30 años, entre ellos Carles, cabeza visible de la huelga de Elsa y el Baix Llobregat en 1974. Su lucha permitió que en España hubiese democracia, no perfecta, pero sin exclusiones. A ello contribuyó Navales y todos los que como él pusieron su vida al servicio de la libertad y la igualdad.

Adolfo Piñedo y Andrés Gómez sindicalistas y amigos de carles navales



Carles Navales – el Noi del Vidre


Només tenia nou anys quan protagonitzà la seva primera acció sindical. Fou pel setembre de l’any 1962, durant la vaga de la Siemens, la que esdevingué una de les primeres fites del moviment obrer de postguerra. Mn. Josep Bach i Moles, rector molt conservador de la parròquia de Sant Miquel al barri del Pedró de Cornellà, havia acabat detingut al “cuartelillo” per un guàrdia civil que havia aconseguit atrapar pel braç, en el moment d’entrar en sagrera, un vaguista que fugia d’una càrrega. El rector des de dins l’estirava de l’altre braç, tot dient al benemèrit: “Si se lo ha de llevar a él, deberá llevar-me a mi también”. El mossèn, que acabà trincat, deixà oberta la porta parroquial als vaguistes. Dies després, estava en Carles xafardejant encuriosit una reunió d’una vintena d’ells, dins l’església, quan entrà un treballador corrent i cridant que venien els guàrdies. No podent, ni sabent sortir-ne, el nen els manà que el seguissin. Ell sabia que hi havia una finestra al cor. Estava oberta i per ella podrien sortir, donava a les Escoles Parroquials. Baixaren doncs les escales i a continuació entraren al despatx del director on hi havia una altra finestra que anava a parar a un altre carrer. Per allà s’escapoliren tots. Ell tornà al portal parroquial per veure el pam de nas dels desconcertats civils que no trobaven ningú.

Amb la retenció de Mn. Bach i l’acomiadament final de quaranta-dos treballadors, alguns d’ells pares d’amics seus, aquest nen juganer de la plaça del Trinquis, prengué consciència de l’existència de la injusticia.

En Carles Navales Turmos morí el passat 17 de juny. Nascut a la fi de l’any 1952, era fill d’un obrer cofundador de la Cooperativa Vidriera de Cornellà, fàbrica creada l’any 1932 per la gent de Joan Peiró, aquell vidrier anarcosindicalista amic i company d’un dels protagonistes de la vaga de La Canadenca de l’any 1919, en Salvador Seguí, el Noi del Sucre. En Navales era nét d’aragonesos. Els avis materns s’havien instal·lat a Sant Andreu de Barcelona i els paterns a Viladecans a començament del 1900, abans d’arrelar definitivament a Cornellà de Llobregat. El “noi del vidre” ha estat enterrat a la seva estimada ciutat després d’haver mort d’un fulminant atac de cor a l’estació de Flaçà, devora Girona. Esperava el tren que l’havia de dur a la trobada quinzenal amb els seus amics Gómez Acosta i López Bulla.

Separat de la seva parella, tenia un fill de nom Gabriel i vivia des dels anys noranta de lloguer a l’antiga rectoria de Colomers, un petit poble de l’Empordà on podia conjugar vida solitària i vida social en xarxa. Com el “noi del sucre” creia que l’emancipació dels treballadors vindria, de manera important, de la mà de la cultura. Per tant, llegia de tot i de tot en sabia. Devorava jazz, flamenc i clàssica a tort i a dret. La seva vocació frustrada, la cinematografia, la compensà visionant i col·leccionant pel·lícules a dojo. Era molt culte i tot el que s’empassava ho convertia en reflexió que acabava plasmant en articles a diversos diaris catalans i per damunt d’ells a “La Factoria”, la revista digital de pensament social, creada l’any 1997 i editada per ell mateix.

Als 17 anys, després de passar per l’Orfeó Catalònia, aportant-hi nous aires, s’integrà al Centre Social del barri d’Almeda. Des d’allà va participar en l’organització de la Setmana de la Joventut de l’any 68 i va impulsar l’organització de cinefòrums a tots els barris de Cornellà, on feia de ponent. En tenia 19 quan va ser escollit representant sindical i secretari del Jurat, a la fàbrica ELSA, resultant de l’antiga Cooperativa Vidriera, que llavors tenia 900 treballadors. Hi anava per lliure, al marge encara de les Comissions Obreres. Un fet cabdal d’aquell any 1971 li féu pujar més graons el grau de consciència i compromís social, va ser per la riuada del Llobregat que, a la fi de l’estiu, inundà tots els baixos de Cornellà. A ell, l’onada l’arreplegà a Almeda i allà es quedà vivint fins que tot fou arreglat. De la mobilització, coordinació i solidaritat entre veïns i treballadors en la que es va submergir en sortiren fundades les Comissions de Barris i Fàbriques que arrencaren la lluita per la canalització del riu i noves mobilitzacions veïnals.

Tanta frenesia només podia acabar en un lloc: la presó. A la matinada d’un diumenge de febrer del 1972 la policia el va anar a buscar a casa. A ell i a set sindicalistes més. L’endemà dilluns estava prevista una jornada de lluita de treballadors i estudiants, en solidaritat amb les fàbriques en conflicte i contra la nova llei d’educació. A Via Laietana fou torturat. Curiosament, per un comissari que també es deia Navales. Complerts tres mesos de presó preventiva a la Model, el TOP (Tribunal de Orden Público) l’acabà absolent en judici a Madrid, gràcies, sobretot, a una mentida pietosa del testimoni Mn. Jaume Rafanell, rector de la parròquia de Santa Maria de Cornellà.

Com que no tenia cap ganes de tornar a la Model, cada cop que corria el risc de ser detingut s’esfumava. En els dies de les mobilitzacions pel “Proceso 1001” de desembre de l’any 1973, contra Marcelino Camacho i la resta de companys, la policia el volgué tornar a detenir. No el trobà a ca seva i acabà passant vuit dies amagat a ca meva. Malgrat dir, a la seva autobiografia: “…me refugié en la masia de Antonia Doñate, toda una delicia de mujer, que…” , podia haver dit, per ser més exacte i precís: “en casa del payés Joan Comellas de Viladecans, donde su esposa Antonia, toda una delicia de mujer, que...…“ Però és igual. La qüestió és que pogué aprofitar el meu llit buit, el meu lloc a taula, els llibres del pare (Verdaguer, Maragall, Ruyra…) i els discos dels germans. Jo m’estava a Lleida fent el soldat. El pare i mare ja sabien prou bé el que era passar per “Via Laietana”, gràcies a les detencions de ma germana Maria i del meu cosí Ignasi Doñate i sabien també quina era de la “feina” d’en Carles a la comarca del Baix.

L’any 1974, el Baix Llobregat bullia sindicalment. El desbordament de la CNS per un moviment obrer que aprofitava tota escletxa legal era un fet i, de mica en mica, s’anava obrint pas l’anomenada “Intersindical” com a estructura representativa i unitària dels obrers en lluita, pel damunt de qualsevol mena d’organització legal o il·legal. És mitjançant aquest instrument com s’arriba a la Vaga General de primers de juliol. En solidaritat amb la vaga d’ELSA, amb la de la SOLVAY de Martorell que ja durava 50 dies i en lluita pel Conveni Comarcal del Metall. Més de 400 empreses hi varen participar. El “Noi del Vidre”, que tenia 22 anys, hi tingué un paper primordial. Acció i organització sindical feren un salt qualitatiu en aquella vaga i a la fi, el sindicat vertical havia quedat mig esventrat. Es guanyà el reivindicat per al conjunt dels treballadors però en Carles quedà al carrer. Tres anys després seria amnistiat.

Rebentada, amb pressions externes, la possibilitat de fer un Congrés Sindical a Espanya per traspassar l’OSE als treballadors i un cop legaltzats els minisindicats, ep! els uns més tard que els altres, és clar (off course, aus der bahn, por supuesto), en Carles Navales esdevingué fins l’any 1982, el que mai hauria volgut ser, Secretari Comarcal de CC.OO. Càrrec del qual fou substituït per l’Emilio García (León de Fergat), un altre que tampoc no ho volia ser. Això sí, ambdós sempre arremangats.

De les diverses vegades que me les vaig fer i topar amb ell, en ressaltaré tres (amb tres n’hi ha prou) per ajudar a ressenyar-lo una mica més.

La primera, l’any 1978. Acompanyat d’en José Botella com a guionista, amb una màquina Super-8 vàrem passar una tarda d’estiu filmant els racons del riu Llobregat, des del Pont del Diable de Martorell fins els meandres de Sant Boi i Cornellà. Jo només hi anava de xofer perquè en Navales mai tingué cotxe ni carnet. Fou home de serveis públics. Allà vaig constatar el seu saber cinematogràfic i l’estima per la seva i nostra comarca.

La segona, l’any 1980, quan vaig dimitir de regidor de l’Ajuntament de Viladecans. En la carta a l’alcalde Masgrau, a les raons personals, hi mal barrejava les poques ganes de continuar essent company de partit dels qui recolzaven la invasió de l’Afganistan per l’URSS, i hi afegia també la meva incapacitat de trobar solucions als problemes municipals que només era mig capaç de definir. Quan l’amic Atienza li donà a llegir la carta al Carles, que havia vingut a veure què passava, en acabar, esclatà amb un irònic: “Vaya, otro intelectual que se nos va”, seguit d’una sarcàstica rialla. I és que sempre reia. Se’n reia de tot, fins i tot de tots, si mirant de resoldre problemes li calia desdramatitzar, cosa que li va reportar més d’una incomprensió. 

La tercera va ser quan l’any 96 o 97 vingué a Viladecans a presentar el seu “Ciudadano Mohamed”. Llibre escrit sobre l’experiència viscuda a Girona com a assessor del governador civil en matèria d’immigració i com a coautor de l’anomenat “Informe Girona”. Aquest informe acabà a la taula de tota mena de directors generals, bisbes, consellers, caps de policia i parlamentaris. Amb les cinquanta propostes que s’hi feien, es va poder conformar el punt de partida per al consens entre tots els agents implicats en el tema migratori. Recordo com xerrant sobre el tema, tot sopant, evocàrem l’Abbé Pierre, fundador dels “Drapaires d’Emaús”, i Roger Garaudy, demostrant-me el molt que en sabia no solament d’ells sinò de tot el relatiu a exclusió i marginació, la gran sensibilitat que tenia envers els moviments socials i el seu compromís com a mediador en conflictes. No és perquè si, que ho dic. Fent-se acompanyar per ma mare l’Antònia Doñate, visità, aquells mateixos dies, molts dels establiments immobiliaris de lloguer de pisos a Viladecans i a quants propietaris amb disponibilitat pogueren, preguntant per la predisposició a llogar pis als inmigrats marroquins. Constatant vergonyoses negatives, els reclamava respectuosament, però sense embuts, un canvi d’actitud, sota pena de que el barri de Sales acabés essent un gueto.

Després vingué la seva revista “La Factoria”. “La revista catalana de pensamiento social más leída en el mundo” com diu el subtitol. Alegre i trista veritat la del seu to irònic. Dic jo que la comissió del nomenclàtor dels carrers de Viladecans (si existís, que no ho sé) podria posar en cartera el Carrer Noi del Vidre per fer, tard o d’hora, companyia al Carrer Noi del Sucre. N’és més mereixedor, em sembla a mi, que el Marquès d’Estella que encara penja a una cantonada.

Andreu Comellas